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Página:Dies iræ (1920).djvu/55

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de la agitación. El caos en movimiento. ¡Tram-tram-tram! Los ojos encendidos. Las picas, las hoces, las hachas. Los tablones arrancados, al pasar, de una valla. Los hombres, las mujeres, los niños. ¡Tram-tram-tram!

—¡Vivan los representantes del pueblo! ¡Viva la libertad! ¡Mueran los traidores!

Los diputados sonreían, fruncían las cejas, saludaban con afecto. Sentíase el vértigo contemplando aquel movimiento tumultuoso e interminable, semejante al de un río que atravesase una caverna.

Todos los rostros se parecían, todas las voces se mezclaban en un solo ruido monótono. El de las pisadas recordaba el rumor de la lluvia al caer sobre un tejado: adormecía, paralizaba la voluntad. Gotas enormes sobre un tejado gigantesco. ¡Tram-tram-tram!

La procesión duró una hora, dos horas, tres horas. Parecía ya de noche. Las antorchas rojas dejaban tras ellas una larga humareda. Las dos puertas, la que el pueblo trasponía al entrar y la que atravesaba al desaparecer, eran a manera de dos grandes bocas abiertas, unidas por una cinta movible con matices de hierro y de cobre. Los ojos, cansados, distinguían mal y padecían espejismos: ya veían una correa interminable, ya un enorme gusano hinchado y peludo; los que estaban sentados en los escaños de encima de la puerta se imaginaban a veces encontrarse en un puente bajo el que se agitaban las olas. De cuando en