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modo evidente su derecho a obrar como había obrado.

Toda la clase intentó en vano persuadir a Avramov y a los otros de que debían confesar, haciéndoles comprender que la estúpida travesura podía costar cara a los inocentes. No eran las malas notas con que les había amenazado el director lo que los asustaba, sino la expulsión con que se había conminado a los alumnos pobres. Su pequeña Chura debía hacerse cargo de que él, que era rico, no tenía nada que temer por sí mismo, y lo que había hecho fué en defensa de los demás.

—¡Tonterías!—contestó Chura—. El director ha mentido como un jesuíta, y vosotros habéis sido bastante torpes para creerle. Además, la travesura no es tan estúpida. ¡A mí hasta me hace gracia!

¡Qué manera de razonar la de las mujeres! Sin darse cuenta de lo que hacía, la muchacha había dado un salto y se había apartado del camino de estricta lógica seguido por él.

Manifestando con un gesto su descontento, cogió por la punta el pensamiento que se le escapaba y empezó a exponer nuevos argumentos. Tomada por toda la clase la determinación de cmunicar al director...

—Sí, he de hacer una delación—rectificó Chura—...de comunicar al director sus sospechas...

Chura debía comprender que, siendo de toda la clase la determinación, él no había sido sino el delegado designado para ponerla en práctica.