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tor, al inspector y al portero Semen. No lejos se hallaba Chariguin.

—¡Bórrala! ¡Aprisa!—le gritaron los compañeros.

Algunos querían borrar ellos mismos la caricatura; pero Chariguin se opuso enérgicamente. Además, era ya demasiado tarde; precisamente en aquel momento entró el bedel Arenque. En seguida se presentó en el aula el director en persona.

—¿Sí?—preguntó lacónico.

—¡Soy yo!—respondió Chariguin.

—Bueno, serás expulsado del colegio.


Se consiguió del director que renunciase a tal medida. Contentóse con imponer a Chariguin, como castigo, un arresto de cuatro días.

Cuando, el domingo siguiente, le encerraron con llave en el aula desierta, Chariguin se sintió completamente limpio del "lodo" de que se había cubierto. Su honor volvería a brillar inmaculado.

Dos horas después, cuando comenzaba ya a aburrirse, advirtió detrás de los cristales una cara amiga que le sonreía con afecto. Era el "filósofo" Martov. Luego apareció Rochvestvensky. Y durante todo el día las caras amigas se sucedieron. Le sonreían, le gritaban palabras amables por la cerradura. Alguien, por debajo de la puerta, le echó una cartita lacónica: "¡Valor!"