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batallas ganadas por él desde que Bonaparte gobernaba a Françia; se disculpó de haber hablado a menudo con excesiva franqueza tal vez, y comparó, de un modo indirecto, el carácter de un bretón con el de un corso; en fin, en instantes tan peligrosos mostró mucha penetración y presencia de ánimo. Regnier desempeñaba entonces, además del ministerio de Justicia, el de Policía, en sustitución de Fouché, que había caído en desgracia.

Al salir del tribunal, el ministro se dirigió a SaintCloud. El emperador le preguntó cómo era el discurso de Moreau: "Lamentable" — respondió Regnier. "En tal caso—dijo el Emperador—, que se imprima, y publicadlo por todo París." Cuando Bonaparte vió después la equivocación del ministro, volvió a llamar a Fouché, el único hombre que podía verdaderamente secundarle, poniendo, por desgracia para el mundo, una especie de hábil moderación en un sistema despótico.

Un antiguo jacobino, espíritu infernal de Bonaparte, recibió el encargo de hablar a los jueces para inducirlos a que condenaran a muerte a Moreau. "Es una cosa necesaria—les decía—, por consideración al Emperador, que le mandó prender; y no debéis tener escrúpulo en hacerlo, pues el Emperador está decidido a indultarlo." "¿Y quién nos indultará a nosotros si cometemos tal infamia?"—respondió uno de los jueces cuyo nombre callo para no comprometerle (1). El general Moreau fué condenado a dos años de prisión; Jor(1) M. Clavier.

Dicked y