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ge y varios de sus amigos, a muerte; uno de los Polignac, a dos años; el otro, a cuatro, y en la cárcel continúan los dos, con otros más, porque la Policía se apoderó de ellos después que extinguieron la condena' impuesta por la Justicia. Moreau pidió que su prisión fuese conmutada por destierro perpetuo: perpetuo, en este caso, quiere decir vitalicio, porque el infortunio del mundo pende de la vida de un solo hombre. Bonaparte accedió a conmutar la pena, cosa que le convenía por todos conceptos. Moreau salió para el destierro, y a menudo, los alcaldes encargados de visar su pasaporte le demostraron una consideración respetuosísima. "Señores—dijo uno de ellos al recibirlo, ¡plaza al general Moreau!"; y se inclinó ante él como ante el Emperador. Aún alentaba Francia en el corazón de estos hombres; pero ya no se le ocurría a nadie obrar conforme a su opinión; ahora, ¿quién sabe si ya les queda alguna, después de opresión tan larga? Llegado a Cádiz, los españoles, que pocos años después iban a dar tan gran ejemplo, tributaron a Moreau cuantos honores pudieron, como víctima de la tiranía. Cuando pasó ante la flota inglesa, los navíos le saludaron como si hubiese sido el jefe de un ejército aliado. Así, los pretendidos enemigos de Francia se encargaron de pagar su deuda para con uno de sus defensores más ilustres.

Cuando Bonaparte mandó prender a Moreau, dijo:

"Hubiera podido llamarle a mi casa y decirle:

Mira, tú y yo no cabemos aquí juntos; de manera Coogle 37 #