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ciso fundar la nueva dinastía en una carta constitucional que garantice los derechos de la nación." "¿Y qué os respondió?", le preguntaron. "Me dió un golpecito amistoso en el hombro, y me dijo:

"Tenéis completa razón, mi querido senador, pero, creedme, no ha llegado el momento de hacerlo." Y el senador, como tantos otros, se contentaba con el placer de haber hablado, aunque no se aceptara su opinión, ni muchísimo menos. En los franceses, los apetitos del amor propio pueder más que las exigencias del carácter.

Una cosa extraña, y que Bonaparte descubrió con gran sagacidad, es que los franceses, tan rápidos en la percepción del ridículo, se ponen muy gozosos en ridículo, sí con ello su vanidad se sacia de algún modo. Nada más ocasionado a las burlas que la flamante nobleza creada por Bonaparte para sostén de su trono. Las princesas y las reinas, ciudadanas la víspera, no podían por menos de reirse oyéndose llamar majestad. Otros, más serios, se hacían repetir el título de monseflor, desde la mañana hasta la noche, como Monsieur Jourdain. Buscábansé en los archivos los mejores documentos relativos a la etiqueta; hombres de verdadero mérito se aplicaban gravemente a trazar los escudos y armas de las nuevas familias nobles; en fin, no pasaba día que no trajese consigo alguna situación digna de Moliére: pero el terror, telón de fondo, impedía que las escenas grotescas del proscenio se silbaran como era debido. La gloria de los generales franceses lo realDisited F