Página:Diez años de destierro (1919).pdf/116

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
114
 

íntima, una residencia tan solitaria y las dukes distracciones de las bellas artes, a nadie podían causar daño. A menudo, cantábamos una canción deliciosa, compuesta por la reina de Holanda, y cuyo estribillo es: Haz lo que debas, ocurra lo que quiera. Para después de comer, se nos había ocurrido sentarnos alrededor de una mesa y escribirnos en lugar de hablar. Estas conversaciones variadas y múltiples nos divertían tanto, que se nos tardaba en concluir las comidas, donde hablábamos, para ponernos a escribir.

Cuando, por casualidad, teníamos alguna visita, no podíamos soportar la interrupción de nuestra costumbre, y nuestro correo interior (así lo llamábamos) seguía su curso. Los habitantes de la ciudad vecina se asombraban un poco de estos usos nuevos, tachándolos de pedantería, cuando sólo eran un juego para distraer algo nuestra monótona soledad. Un noble de aquellos contornos, que en toda su vida no había hecho más que cazar, vino un día en busca de mis hijos para llevarlos al monte; estuvo un poco de tiempo sentado a nuestra activa y callada mesa; y para que no se encontrara completamente ajeno a nuestro círculo, la señora de Récamier le eseribió con su linda mano una cartita; el gran cazador se excusó de admitirla, asegurando que con luz artificial no podía leer lo manuscrito. Nos reímos un poco del descalabro sufrido por la bienhechora coquetería de nuestra hermosa amiga, y pensamos que no siempre habría corrido suerte