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igual una carta escrita por ella. Así pasábamos la vida, y si juzgo por mí, a nadie le pesaba el tiempo demasiada.

Por entonces se hablaba mucho en París de la ópera Cendrillon; fuí a verla representar en un mal teatro provinciano, en Blois. Al salir, a pie, los habitantes de la población me siguieron con curiosicad, más ávidos de conocerme por mi calidad de desterrada que por otro motivo cualquiera. Esta especie de triunfo, proporcionado por la desgracia más que por el talento, enfadó al ministro de Policía, que escribió poco después al gobernador de la provincia diciéndole que yo vivía rodeada de una corte. "Cierto—respondí al gobernador (1); pero, al menos, no se la debo a mi poderío." Continuaba yo resuelta a irme a América, y desde allí a Inglaterra; pero antes quería terminar la impresión de mi libro sobre Alemania.

La estación estaba ya muy avanzada; llegó el 15 de septiembre, y preveía que la dificultad de embarcarme con mi hija me retendría aún otro invierno en cualquier ciudad a cuarenta leguas de París. Mi ambición entonces era ir a Vendöme, donde yo conocía algunas personas inteligentes, y desde donde había comunicaciones fáciles con la capital. Después de haber sido micasa una de las más brillantes de París, llegué a mirar como una satisfacción muy viva poder (1) El señor de Corbigny, hombre, amable e ilustrado..