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castigar a un ser semejante por el desafuero que su brazo había cometido?

A tres leguas de Bex hay una famosa cascada, en la que el agua cae desde una montaña altísima. Propuse a mis amigos ir a verla, y antes de la hora de comer estábamos de vuelta. Cierto que la cascada estaba en el territorio del Valais, entonces de Francia, y olvidé que no me permitían pisar más terreno francés que el que separaba a Coppet de Ginebra. Al volver a mi casa, el gobernador, no sólo me censuró mi viaje por Suiza, sino que me ofreció, como una gran prueba de su indulgencia, guardar silencio sobre el delito que yo había cometido al poner pie en el te rritorio del imperio francés. Yo hubiera podide decir, como en la fábula de Lafontaine:

Pelé del prado un trecho no mayor que la anchura de mi lengua.

Pero me limité a confesar el error que había cometido yendo a visitar una cascada suiza, sin pensar que estaba en Francia.

CAPITULO IV

Destierro del señor de Montmorency y de la se ñora de Récamier—Nuevas persecuciones.

Todas estas continuas mortificaciones por tan nimios pretextos me hacían odiosa la vida; y no hallaba ocupación que pudiera distraerme, porque el recuerdo de lo que habían hecho con mi li-