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163 de haber perdido la independencia política, detenían mis pasos; todo en aquel país parecía decirme que no le abandonara. Aún era tiempo de volver; aún no había hecho yo nada irreparable.

Aunque el gobernador me había prohibido viajar por Suiza, era por temor de que me fuese más lejos. Aún no había traspasado la barrera que me quitaría la posibilidad de volver; este pensamiento atormentaba mi imaginación. Por otro lado, la resolución de volver era también irreparable; porque, pasado aquel momento, sentía yo, y así lo han demostrado los acontecimientos, que ya no podría escaparme. Además, causa cierto rubor volver a empezar una despedida tan solemne; es difícil resucitar para los amigos más de una vez. No sé qué hubiera sido de mí si la incertidumbre, en el momento mismo de la acción, hubiera durado más tiempo, porque mi cabeza comenzaba a desvariar, Mis hijos me decidieron, y particularmente mi hija, que apenas contaba catorce años. Me entregué, por decirlo así, a ella, como si la voz de Dios se hiciese oír por la boca de un niño (1). Mi hijo se fué, y cuando le perdí (1) Era poca cosa haber conseguido marcharse de Coppet burlando la vigilancla del gobernador de Ginebra; para atravesar Austria habla que obtener pasaportes, extendidos con un nombre que no llamase la atención de las diversas pollcias que se repartían el territorio de Alemania. Mi madre me encargó de esta gestión, y no olvidaré en toda mi vida la emoción que con ello senti. Era aquel, en efecto, un paso decisivo negados los pasaportes, mi madre caía en una situación mucho más cruel; descubiertos sus planes, toda fuga se hacfa imposible, y los rigores de su destierro bubieran sido más intolerables de día en dia. Me pareció lo mejor dirigirme al ministro de Austria, con la confianza natu-