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no se creyeran nacidos para gozar de tales dones. En Polonia, las gentes del pueblo tienen por costumbre besar las rodillas de los señores que encuentran; no se puede dar un paso en una aldea sin que las mujeres, los niños, los ancianos os saluden de este modo. Por medio de este cuadro de miseria, pasan a veces algunos hombres mal vestidos de frac: son los espías; espían la desgracia, único objeto que se presenta a sus ojos.

Los capitanes de los círculos negaban pasaportes a los señores polacos, temiendo que se vieran o que fuesen a Varsovia; obligaban a estos señores a presentarse cada ocho días, para comprobar su residencia. Los austriacos proclamaban así en todas las formas que sabían que Polonia los detestaba; dividían sus tropas en dos mitades: una, encargada de sostener en el exterior los intereses de Polonia, y otra que debía impedir a los polacos servir la misma causa en el interior. No creo que país alguno haya sufrido nunca Gobierno tan miserable, al menos en la parte política, como el que tenía entonces Galitzia; por ocultar este espectáculo se ponfan, según parece, tantas dificultades a los extranjeros para residir en el país y aun para cruzarlo.

Véase cómo se portó conmigo la Policía austriaca para acelerar mi viaje. Mi pasaporte tenía que ser visado por el capitán de cada uno de los círculos que iba yo atravesando, y de cada tres postas, una correspondía a la capital de un círculo. En las oficinas de Policía de estas ciudades esDidirzad ty