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a Moscou sólo se hablaba de los sacrificios que se hacían para la guerra. El joven conde de Momonoff levantó un regimiento para el Estado, y quiso servir en él tan sólo como subteniente; la condesa Orloff, amable y con una fortuna asiáti.ca, donaba la cuarta parte de sus rentas. Al pasar delante de aquellos palacios rodeados de jardines, donde el espacio se prodiga, en el interior de una ciudad, tanto como en otras partes en el campo, decíanme que el dueño de una de aquellas soberbias viviendas acababa de dar mil campesinos al Estado, y tal otro, doscientos. Costábame trabajo aceptar la expresión dar hombres; pero los mismos campesinos ofrecíanse con ardor, y sus señores eran en esta guerra los intérpretes de sus sentimientos.

En cuanto un ruso es soldado, le cortan la barba, y desde tal momento es libre. Queríase que fuesen también considerados libres cuantos sirvieran en la milicia; pero entonces la nación entera se hubiese libertado, porque el alzamiento fué casi en masa. Es de esperar que la liberación tan deseada se realice sin sacudidas; pero mientras tanto valdría más que todos conservasen la barba, porque da mucha fuerza y vigor a la fisonomía. Los rusos de luenga barba no pasan nunca por delante de una iglesia sin hacer la señal de la cruz; su confianza en las imágenes visibles de la religión es conmovedora. Sus iglesias llevan el, sello de ese amor al lujo que los rusos deben al Asia; los ornamentos son de oro, plata y rubíes.

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