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torbellino; quizá la extremada prudencia a que hay que acostumbrarse bajo un Gobierno despótico hace que a los rusos les agrade sobremanera el no verse expuestos a hablar, arrastrados por la conversación, de asuntos de alguna importancia. La falta de veracidad de que se les acusa debe atribuirse a esa reserva que, bajo diferentes reinados, les ha sido harto necesaria. Los refinamientos de la civilización alteran en todos los países la sinceridad del carácter; pero cuando el soberano tiene el poder ilimitado de desterrar, encarcelar o relegar a Siberia, su poderío es de masiado fuerte para la naturaleza humana. Hubieran podido encontrarse hombres con altivez suficiente para desdeñar la privanza; mas para desafiar la persecución hay que ser un héroe, y el heroísmo no puede ser cualidad universal.

Ya se sabe que ninguna de estas reflexiones se aplica al Gobierno actual, puesto que su jefe es, como Emperador, perfectamente justo, y como hombre, de singular generosidad. Pero los súbditos conservan los defectos de la esclavitud aun mucho tiempo después que el soberano mismo quisiera quitárselos. Sin embargo, la guerra ha mostrado las muchas virtudes que poseían los rusos, incluso los de la corte. Cuando yo estaba en Petersburgo, apenas vefa hombres jóvenes en sociedad; todos se habían marchado al ejército.

Hombres casados, hijos únicos, nobles de inmensa fortuna, servían como simples voluntarios, y cuando vieron sus tierras y sus casas devastadas no