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más allá de esa comarca. El color de los animales se confunde con el de la nieve; la tierra parece perderse en los hielos y nieblas en que termina este bajo mundo. Me impresionó el aspecto de los habitantes del Kanchatka, perfectamente imitados en el Museo de Petersburgo. Los sacerdotes de aquel país, llamados shamanes, son una especie de improvisadores. Llevan por encima de una túnica de corteza de árbol una red de acero, a la que están unidos varios pedazos de hierro, que producen un ruido muy grande en cuanto el improvisador se agita. Tienen momentos de inspiración, muy parecidos a un ataque de nervios, e impresionan al pueblo, valiéndose de la brujería más que del talento. La imaginación en países tan tristes apenas se hace notar más que por el miedo, y la tierra misma parece rechazar al hombre, infundiéndole pavor.

Visité después la ciudadela, en cuyo recinto está la iglesia donde reposan los féretros de todos los soberanos, desde Pedro el Grande. Estos féretros no están encerrados en sarcófagos; están expuestos como en el día de los funerales; se cree uno mucho más cerca de estos muertos, de quienes sólo nos separa, el parecer, unas simples tablas.

Cuando Pablo I subió al trono hizo coronar los restos de su padre, Pedro III, que, por no haber recibido este honor en vida, no podía ser depositado en la ciudadela. Por orden de Pablo I se renovó la ceremonia del entierro de su padre y de Catalina II, su madre. Ambos fueron expues} T