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como esta lista se hizo, que todos los en ella incluídos estaban incursos en graves culpas; bien puede ser, pero la legalidad de las acciones se determina por el derecho, no por el hecho. Cuando se permite la deportación arbitraria de ciento treinta ciudadanos, no habrá nada que estorbe, como des pués se ha visto, tratar de igual manera a personas muy estimables; la opinión las defenderá, se dice. ¡La opinión! ¿Qué es la opinión sin la autoridad de la ley y sin órganos independientes? La opinión era favorable al duque de Enghien, a Moreau y a Pichegru. ¿Ha logrado salvarlos? No puede haber libertad, dignidad ni seguridad en un país que reduzca el desafuero y la injusticia a una cuestión de personas; todo hombre es inor cente mientras un tribunal legal no le condene, y, aunque se trate de un gran delincuente, se le juzga fuera de la ley, deben estremecerse ante el atropello, lo mismo las personas honradas que las que no lo sean. Pero así como en la Cámara de los Comunes de Inglaterrá, cuando un diputado de la oposición se marcha, ruega a un diputado ministerial que se marche también con él, para no alterar la proporción numérica de los dos partidos, Bonaparte no arremetía nupca a los realistas o a los jacobinos sin repartir las golpes por igual entre unos y otros; de este modo ganaba por amigos a todos aquellos cuyos odios servía. Más adelante se verá que para robustecer su Gobierno se ha valido siempre del odio, porque sabe que es menos inconstante que el ty