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libertad y del despotismo, y alabanzas e insultos sobre todos los Gobiernos y religiones.

47 Por esta época, Bonaparte envió al general Leclerc a Santo Domingo, llamándole en el decreto nuestro cuñado. Este primer nos real, que asociaba a los franceses a la prosperidad de una familia, me fué vivamente antipático. Bonaparte exigió a su linda hermana (1) que acompañase a su marido a Santo Domingo, y allí fué donde su saIud se estropeó; acto de despotismo, tanto más extraordinario en un hombre que no estaba acostumbrado a ver una moralidad muy severa en los sayos; pero Bonaparte se sirve de la moral únicamente para contrariar a unos y fascinar a otros.

Más adelante se ajustó la paz con el jefe de los negros, Santos Louverture. Sin duda este hombre era un criminal; de todos modos, Bonaparte trató con él, y firmó unas condiciones; pero eso no fué obstáculo para traer a Santos, con desprecio de lo pactado, a una prisión francesa (2), en la que murió miserablemente. Acaso Bonaparte ni siquiera se acuerda ya de esta fechoría, porque se la han reprochado menos que las restantes.

En un gran taller de forja se observa con asombro la violencia de las máquinas, movidas por una sola voluntad: los martillos, los laminadores, parecen personas, o, más bien, animales devoradores. Si quisieseis luchar contra su fuerza, os aniquilarían; sin embargo, todo aquel furor aparen(1) Paulina Bonaparte, casada con el general Leclerc.

(2) El fuerte de Joux.