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tara. Todos los días contaban una nueva pifia del pobre rey de Etruria; llevábanle al Museo, al Gabinete de Historia Natural, y se referían como rasgos de ingenio algunas de esas preguntas sobre los peces o los cuadrúpedos que no haría un niño de doce años instruído. Por la tarde asistía a algunas fiestas, donde las bailarinas de la Opera se mezclaban con las grandes damas de nuevo cuño; y el reyecito, no obstante su devoción, prefería bailar con las bailarinas, y al día siguiente las enviaba en agradecimiento libros edificantes y morales para su instrucción. El tránsito de las costumbres revolucionarias a las pretensiones monárquicas fué en Francia un singular momento; como no había independencia en las unas, ni dignidad en las otras, sus ridículos respectivos casaban muy bien; cada una a su modo, se agrupaban en torno del abigarrado poder que empleaba simultáneamente los medios de acción de los dos regímenes.

Aquel año se celebró por última vez la fiesta del 14 de julio, aniversario de la Revolución, y una pomposa proclama recordó los beneficios que habían resultado de aquella jornada, bien que el Primer Cónsul se propusiera destruirlos todos. La recopilación de las proclamas de Bonaparte es la enciclopedia de todas las contradicciones posibles; y si el caos estuviese encargado de adoctrinar a la tierra, sin duda arrojaría así a la cabeza del género humano el elogio de la paz y de la guerra, de las luces y de los prejuicios, de la Didirzad ty