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ge, hijo del Stathuder, me hizo el honor de comer en mi casa, y Bonaparte se lo reprochó.

Poca cosa era la existencia de una mujer, a quien se visitaba por su reputación literaria; pero esa poca cosa no dependía de él, y eso era lo bastante para que quisiera aplastarla.

Este año 1802—se discutió el asunto de los príncipes hereditarios de Alemania. Toda esta negociación se llevó en París, con gran provecho, según se dice, de los ministros encargados de ella. Como quiera que sea, en esta época comenzó el despojo diplomático de Europa entera, que sólo se detuvo en sus confines. Vefase a los más grandes señores de la feudal Germania desplegar en París su ceremonial, cuyas fórmulas obsequiosas agradaban al Primer Cónsul más que la desenvoltura de los franceses, y pedir lo que les pertenecía con un servilismo tal, que debiera bastar para perder los derechos más evidentes, por el menosprecio que supone de la autoridad de la justicia.

Los ingleses, nación eminentemente altanera, no estaban del todo libres en esta época de una curiosidad por la persona del Primer Cónsul, que tenía mucho de admiración. El partido ministerial juzgaba a este hombre tal como era; pero el partido de la oposición, que debía aborrecer más la tiranía, puesto que se le supone un mayor entusiasmo por la libertad, el partido de la oposición, digo, y el mismo Fox, cuyo talento y bondad no pueden recordarse sin admiración y enterneciby I