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bros del Senado, y ninguno de ellos se atrevió tanto. Mientras se tramitaba esta peligrosa negociación, venían a verme con frecuencia el general Bernadotte y sus amigos: no hacía falta tanto para mi perdición si llegaban a descubrirse sus planes. Bonaparte decía que siempre se salía de mi casa menos afecto a él que al entrar; en fin, iba disponiéndose a no ver otro culpable que yo entre tantos como lo eran mucho más, pero con quienes tenía interés en contemporizar.

En esto andábamos cuando salí para Coppet, y llegué a casa de mi padre en un estado penosísimo de ansiedad y abatimiento. Por cartas de París supe que, después de mi partida, el Primer Cónsul se había expresado muy vivamente en contra de mis relaciones amistosas con el general Bernadotte. Todas las señales eran de que estaba dispuesto a castigarme por ello; pero se detuvo ante la idea de molestar al general Bernadotte, ya porque necesitase de sus talentos militares, ya porque le detuviesen los lazos de familia (1), ya porque la popularidad de este general en el ejército francés era mayor que la de ningún otro, ya, en fin, porque el singular atractivo de los modales de Bernadotte haga difícil, aun para Bonaparte, declararse resueltamente enemigo suyo. Lo que más ofendía al Primer Cónsul no eran las opiniones que me atribuía, sino el número de extranjeros que iban a verme. El príncipe de Oran(1) Bernadotte se había casado con Desideria Clary, hermana de Julia Clary, mujer de José Bonapartet