hubiesen venido (los cuales debían haber ya cenado), y él se paseaba fuera. Si alguno venía temprano, preguntaba a los que salían qué era lo que habían sacado a la mesa y en qué estado estaba. Si los convidados oían que no había más que algunas hierbas o salsitas, se iban; pero si había algo de carne, entraban. Sobre los lechos de los triclinios ponía esteras en verano, y en invierno pieles. Debían los convidados traer consigo su almohada. El vaso con que bebían todos no excedía la cótila[1]. Los postres eran altramuces y habas; aunque también daba frutas en las sazones, v.gr., peras, granadas, legumbres[2] e higos secos: todo esto lo refiere Licofrón en una de sus sátiras[3], titulada Menedemo, formando un poema en encomio de este filósofo, de cuyos versos son una pequeña parte los siguientes:
- En su convite simple y moderado,
- es reducido el vaso que circuye,
- y los mejores postres de los sabios
- son las conversaciones eruditas.