bien olvidando el tiempo y los lugares, para no pensar sino a los hombres a quienes hablo, me supondré en el liceo de Atenas, repitiendo las lecciones de mis maestros, teniendo por jueces a los Platones y a los Xenócrates, y al género humano por auditor.
¡O hombre! de cualquier región que seas, y sean cuales fuesen tus opiniones, escucha: ve aquí tu historia, tal cual he creído leerla, no en los libros de tus semejantes que son engañosos, sino en la naturaleza que no miente jamás. Todo cuanto será suyo es verídico: no habrá otra cosa en ella que sea falso sino aquello que yo haya mezclado de mi pertenencia sin querer. Los tiempos de que voy a hablar están muy distantes. ¡Ah, y cuanto has cambiado de lo que eras! Es, por decirlo así, la vida de tu especie la que voy a describirte con relación a las cualidades que has recibido, y que tu educación y costumbres han podido depravar, pero que no han podido destruir. Hay, lo conozco, una edad en la que el hombre individual querría detenerse: tú buscarás la edad en la cual desearías que tu especie se hubiese fijado. Descontento de tu estado presente, por