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EPÍSTOLA

Dios quiere que Ella sea el principio de todos los bienes[1]. Cobijados en el amor de esta tierna Madre, que hemos procurado fomentar asiduamente e incrementar de día en día, esperamos poder acercarnos reueltamente a Nuestro último día. Sin embargo, hace ya tiempo que, deseando poner la salvación del género humano, como en fortísimo baluarte, en el aumento del culto de la Virgen no hemos dejado de fomentar entre los fieles la costumbre de rezar el Rosario Mariano, publicando con este fin, como bien sabéis y no unas sola vez encíclicas, ya desde la 1º de Septiembre de 1883 y decretos. Concediéndonos Dios misericordioso que también este año podamos ver el mes de octubre[a], que en otro tiempo decretamos que estuviese dedicado y consagrado a la celestial Reina del Rosario, no queremos dejar de dirigirnos a vosotros, y resumiendo en pocas palabras lo que hasta ahora hemos hecho para fomentar esta clase de oración, coronaremos Nuestra obra con otro documento próximo a aparecer, en el que quedará patente todavía de un modo más elocuente Nuestro fervor y afecto para con el mencionado modo de honrar a María, y se estimule el ardiente deseo de los fieles de conservar piadosa y fielmente tan santísima costumbre.

Movidos, pues, del constante deseo de que el pueblo conociese el poder y la dignidad del Rosario mariano, después de recordar, en primer lugar, el origen más celestial que humano de esta oración, mostramos que la admirable guirnalda confeccionada con la salutación angélica, entrelazada con la oración dominical y unida con la meditación, resulta una excelentísima especie de súplica, muy fructuosa, principalmente para la consecución de la vida eterna; pues, fuera de la excelencia misma de las oraciones de que se compone, ofrece una buena defensa de la fe y un insigne modelo de virtud por medio de los misterios que propone a nuestra contemplación; además, no es una oración complicada sino que se acomoda fácilmente al carácter popular, por cuanto se le pone delante, con la consideración de la Familia de Nazaret, el ideal absolutamente perfecto de la vida familiar del que, por esto mismo, el pueblo cristiano siempre experimentó su saludabilísima eficacia.

De esta manera, después de haber recordado principalmente la naturaleza del Santísimo Rosario y de haber exhortado a su práctica de variados modos, Nos aplicamos, además, siguiendo las huellas de Nuestros predecesores, a fomentar su importancia por medio de un culto más solemne. Pues así como Sixto V, de feliz recordación, aprobó la antigua costumbre de rezar el Rosario;

  1. San Ireneo, Contra Valentín I. III, c. 33.
  1. El papa tiene presente que recientemente ha superado una grave enfermedad; ya unas líneas antes ha comentado que está dispuesto para su muerte -"su último día"-; más adelante agradece a Dios expresamente haber recuperado la salud.