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Página:Divertidas aventuras del nieto de Juan Moreira (1911).djvu/107

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desgarradora, y entonces comprendí cuánto amaba mi pobre madre á aquel hombre que había vivido con ella treinta años de indiferencia y de abandono.

El velorio y los funerales hicieron época en Los Sunchos. Mamita, incapaz de ocuparse de nada, sino de llorar y rezar junto á su esposo, dió carta blanca á amigos y sirvientes, y la mesa estuvo puesta durante treinta y seis horas largas, alternándose el chocolate con los vinos y licores, los «churrasquitos» con el mate dulce ó amargo, el puchero con la chatasca, las empanadas, la chanfaina y las tortas fritas.

Una nube de chinas de las casas amigas había ido «á ayudar» convirtiendo la nuestra en pandemonium, y la sala, el comedor, las habitaciones de respeto, estaban llenas de visitantes, hombres y mujeres que hablaban de política, contaban cuentos, jugaban á las prendas, iniciaban ó continuaban sus intrigas amorosas...

Y esta animada tertulia, en que sólo faltó el baile, se prolongó hasta la hora de conducir los restos á su última morada.

Yo estaba aturdido. Tatita había sido tan bondadoso, tan camarada, que lo quería de veras, y su ausencia repentina é irrevocable, producíame, al propio tiempo que dolor, una rara sensación de espanto, como si me encontrara de pronto y por primera vez ante lo desconocido amenazador. Pero todo esto, terror y pena, era vago, indeciso, como si no me diera, como si no pudiera darme cuenta exacta del hecho brutal, como si pasara por una confusa y angustiosa pesadilla...

Hubo discursos junto á la tumba de don Fernando Gómez Herrera, cuyo ataúd acompañó el pueblo en masa hasta el pobre y descuidado cementerio de Los Sunchos, cubierto de pasto y poblado de peludos y de víboras. Don Sócrates