Casajuana, el intendente municipal, dijo que era un prohombre á quien la patria y su partido debían sacrificios innumerables. Don Temístocles Guerra declaró que perdíamos en él un vecino progresista y un ciudadano patriota, que no podría ser reemplazado jamás. El doctor Argüello, senador de la provincia, que, con el diputado Quintiliano Paz, había ido expresamente á Los Sunchos, para honrar la memoria de tatita, habló en nombre del poder ejecutivo y de la legislatura, recomendando al pueblo que siguiera las admirables huellas del probo y austero ciudadano, prematuramente desaparecido cuando, en plena madurez, mayores servicios podía prestar á la patria.
Yo oía todas aquellas frases como quien oye un vago y molesto zumbido, y no podría reconstituirlas ahora, si después no las hubiera escuchado cien veces, dichas sobre cien tumbas diferentes, siempre las mismas, siempre triviales, siempre demostrando un desconocimiento casi completo de la personalidad á quien se honraba, siempre sin proporción ni medida, como si todos los hombres, iguales en la muerte, la hubiesen sido también en la existencia.
Á la puerta del cementerio, acompañado por el cura, don Genaro Cecchi, por algunos presuntos parientes de papá ó de mamá, y por don Higinio Rivas, que lagrimeaba sinceramente, estreché una tras otra todas aquellas manos indiferentes, y escuché de aquellas bocas sin emoción las rituales palabras de pésame. Esta larga, esta interminable ceremonia fué para mí una tortura. Por fin, en el mismo carruaje que la antevíspera había recogido el cuerpo inanimado de mi padre, volví á casa, en un estado de estupor, sólo comprensible si me digo que la naturaleza turba y enajena el cerebro del hombre en las grandes catástrofes, anestesiándolo