Página:Divertidas aventuras del nieto de Juan Moreira (1911).djvu/119

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jefes. ¡Señores! ¡viva el partido provincial! ¡Viva el Gobernador de la provincia!» No insistiré en la ovación que se me hizo ni en las escenas que siguieron, dignas del mismo Pago Chico, no ya de Los Sunchos. Pero necesito decir que, al otro día, «La Época» proclamó que me había revelado orador brillantísimo, pensador profundo, y uno de los cerebros mejor dotados del país, que de mí debía esperar maravillas. Los demás «discursantes», que los hubo en gran número y á cual más ardoroso, se eclipsaron ante el astro nuevo, y en la «alta sociedad», así como en los modestos corrillos, alguien comenzó á hablar de Mauricio Gómez Herrera, como de un muchacho de gran porvenir, que se estaba malgastando en aquel rincón. Como con esto se tiraba á matar á los «prohombres» de que todo el mundo estaba harto, la apreciación cundió, especialmente desde que los diarios de la ciudad, á instancias del viejo Rivas, transcribieron los artículos y sueltos de «La Época», poniéndome por su cuenta en los cuernos de la luna.

Tomé con esto, involuntariamente, un aire misterioso, y de la noche á la mañana me hice un hombre grave, más grave quizá de lo que conviniese para no dejar traslucir mi secreto.

Había adquirido enorme importancia, y una de las manifestaciones exteriores de ello era que las principales familias hallaban modo de invitarme á sus tertulias, á almorzar, á comer, cosa que antes ocurría muy de vez en cuando. Yo no paraba un momento en casa, con gran pena de mamita que, si hasta entonces sólo me veía á las horas de comer, desde entonces ya no me vió á ninguna hora, si no es por las mañanas, mientras dormía... Aprendí con esto los rudimentos de la vida social (¡en Los Sunchos!) que tanto debía cultivar más tarde. Había sido