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Página:Divertidas aventuras del nieto de Juan Moreira (1911).djvu/141

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—¡Cómo el año que viene! ¡Es imposible, imposible! ¡Si mucho antes!...

El viejo, alarmado, aunque sin dar toda su significación á estas palabras, preguntó, suplicó, amenazó, y al fin lo supo todo. Su cólera fué indescriptible. Quería montar á caballo y correr á la ciudad á llevarme «de una oreja» para hacerme casar inmediatamente ó matarme como á un perro si me resistía. Y lo hubiera hecho como lo decía, si no le hubiera dado un ataque á la cabeza, que lo dejó tendido en medio del patio, mientras apretaba la cincha á su alazán. ¿No digo que las mujeres, tan reservadas siempre, siempre son indiscretas cuando sufren una gran emoción? Pero, en fin, el mal trago había que pasarlo, tarde ó temprano.

Por fortuna, el bendito ataque vino á cambiar completamente el rumbo de las cosas, porque don Higinio me casa, como hay Dios que me casa ó me mata, si no pierde el sentido y no tiene que guardar cama después, muchos días, con ventosas, cáusticos, sangrías y toda la terapéutica provinciana de aquel entonces.

Otras cartas de Teresa me tranquilizaron. Haciendo de enfermera del viejo había logrado enternecerlo, impedirle que provocara un conflicto, gracias á su debilidad momentánea, á su cariño de padre y á la confianza que tenía en mi caballerosidad. Lo hecho, hecho estaba. Había que ocultar la falta, lo mejor posible; cuando nos casáramos, que debía ser inmediatamente, iríamos á hacer un largo viaje á Chile, á Europa, al Paraguay, á cualquier parte, y volveríamos con nuestro hijo, sin que nadie tuviera nada que decir. Pero el viejo «quería, tenía que hablar conmigo, cantarme la cartilla, exigirme seguridades de que cumpliría mi palabra, si no me obligaba á casarme en seguida.

¡Esto sería lo mejor!» La idea de venganza,