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la de sangre, había pasado por el momento; pero el peligro cambiaba de aspecto: el casamiento sería ineludible, si yo no quería sentir la pesada mano de don Higinio, ó, por el contrario, hacerle sentir la mía y provocar con ello un terrible escándalo que haría fijarse todas las miradas en nosotros y que necesariamente sería muy perjudicial para mi porvenir, porque, si bien las faltas y aun los delitos pueden perdonarse y hasta olvidarse en provincias, si no trascienden mucho y se ha sabido guardar las formas, la condenación general, implacable, persigue á los que violentamente perturban el buen orden social.


XVIII

La situación política se hacía más tirante cada vez, el interior estaba agitado y receloso, Buenos Aires con las armas en la mano, dispuesta á romper las hostilidades contra el Gobierno nacional, contando con la ayuda más ó menos ilusoria de dos ó tres provincias. Nosotros, en realidad, no teníamos nada grave que temer, pues nuestro pueblo es tradicionalmente adversario del porteño; pero en épocas tan revueltas, nunca faltan ambiciosos que aprovechan las circunstancias, y la oposición local era muy capaz de servirse de ellas para provocar un cambio de Gobierno que la llevara al poder. Así lo comprendíamos los que pulsábamos la situación con alguna perspicacia.

Era fácil ver que los opositores se movían disimuladamente, preparando algo, un golpe de mano ó una revolucioncita de las que tanto abundaban por aquellos tiempos.

No tenían, sin duda alguna, la menor intención de ayudar á Buenos Aires, pero desde hacía