Página:Divertidas aventuras del nieto de Juan Moreira (1911).djvu/145

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completa del país, un detalle más uno menos, viene á ser la misma cosa. ¡Déjeme hacer, Gobernador, y verá como todo sale bien!

—¡Bueno... lo pensaré!—murmuró, perplejo.

—No. No es cuestión de perder tiempo. Hay que decidirse. Nómbreme ó no me nombre á mí, don Mariano Villoldo no puede quedar en su puesto si usted quiere seguir en el gobierno.

Es cuestión de días, quizá de horas, y puede que en este mismo momento se esté preparando la ratonera.

—¡Bien! ¡Está dicho!... Voy á llamar á don Mariano, y mañana será usted jefe de policía.

—Entendido que conservaré mi banca en la Legislatura...

—¿Cómo? ¿Y la Constitución?

—Es un librito, decía el viejo Vélez. La Constitución no dice que un diputado no puede ser jefe de policía. Y aunque lo dijera, en circunstancias tan excepcionales... Me interesa conservar el puesto por si algún día dejo la policía...

ó á usted se le antoja quitármela...

—En fin, la Cámara decidirá.

—No. Si ahora mismo voy á pedir licencia por tiempo indeterminado. ¡Y carta blanca, eh! ¡Necesito poder obrar resueltamente, como un rayo, en el momento oportuno!...

Don Mariano Villoldo renunció aquella noche, á pedido del Gobernador, y al día siguiente comencé á ejercer mis nuevas funciones de jefe político de la provincia, con gran sorpresa de todo el mundo, porque nadie se explicaba tan enorme salto. Abundaron las críticas, porque «un mocozuelo» al frente de la policía no podía hacer más que barrabasadas. Pero dejé hablar y me dediqué á reorganizar mi gente, valiéndome de los comisarios y oficiales en quienes se podía tener confianza. La tarea era ardua,