Página:Divertidas aventuras del nieto de Juan Moreira (1911).djvu/160

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porque eran capaces de «coimear» á la misma madre, y aunque yo estuviese resuelto á darles algo, no llegaba mi desprendimiento hasta dejarles «mañas libres», como suele decirse alrededor del tapete verde.

Noticiosas de mi llegada, las autoridades locales me aguardaban con una gran recepción.

Algunos funcionarios salieron á caballo hasta las afueras del pueblo, como se hacía con los antiguos señores, y me acompañaron hasta la Municipalidad, donde se había preparado un «refresco», y donde estaban reunidos numerosos vecinos, con la infaltable banda de música.

Allí hubo abrazos, apretones de manos, aclamaciones, brindis, marchas triunfales, Himno Nacional y un largo discurso encomendado de antemano á mi amigo, el galleguito de la Espada, quien me llamó «orgullo de Los Sunchos, hijo predilecto de la provincia y ahijado de la fortuna y de la gloria», provocando los aplausos entusiastas del partido oficial reunido para honrarme.

Traté de escapar á estos agasajos, demasiado rústicos ya para mi incipiente refinamiento de funcionario de ciudad, pero no lo conseguí antes de sostener este corto diálogo con el director de La Época.

—¡Eres un ingrato!

—¿Por qué?—inquirí, sorprendido.

—Yo esperaba que me llevarías á la ciudad.

¡Esto no es vida! ¡Aquí me estoy malgastando!

—Pero, ¿qué harías allí?

—¡Toma! Dirigir, ó siquiera redactar algún diario. ¡Ya sabes que tengo dedos para organista! Allí te puedo ser muy útil, y aquí no te sirvo á ti, ni me sirvo á mí, ni sirvo á nadie.

¡Ea! ¡un buen movimiento, y búscame algo por allá!

—¡Pero hijo! ¡No me puedo llevar al pueblo