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que no cambia, lo único sometido á la estabilidad que parece imponerse á los pueblos que sueñan en ser dichosos, los pueblos que, según el dicho famoso «no tienen historia». Y un pueblo inerte es un pueblo muerto. ¿Quieres que brindemos, Mauricio, á tu soberbia, á tu insolente vitalidad?


III

Aquellas antiguas aficiones despertadas en La Época de Los Sunchos, y cultivadas después, mientras hacía mis primeras armas en la ciudad, revivieron vigorosamente desde el punto en que, cumpliendo una promesa hecha en hora de debilidad, conseguí que se encomendase al galleguito la dirección y redacción de Los Tiempos, el diario oficial, siempre necesitado de quien lo llenara de mala tinta á precio vil. De la Espada conservaba aún, para mí, cierto vago, cierto humorístico prestigio, y más que todo por hablarle y renovar con él, en cierta manera, las antiguas «diabluras» sunchalenses, frecuentaba la imprenta, y recomencé á escribir en el periódico, hazaña que no consignaría aquí, pues más lejos debo reincidir en ello, si no estuviera tan íntimamente ligada con lo que vengo contando. Y, á propósito, antes terminaré con lo atinente á la diputación de Vázquez.

Poco después de dejarlo, fuí á ver al gobernador Benavides, y le propuse de buenas á primeras lo que él estaba deseando imponerme.

—Mi banca en la Legislatura puede darse por vacante; ¿no sería bueno elegir á Vázquez en mi lugar?

—¡Hombre! ¡mire usted qué casualidad! En eso mismo he pensado estos días; sería una magnífica combinación, en la que usted, al fin