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Página:Divertidas aventuras del nieto de Juan Moreira (1911).djvu/18

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del indolente carácter criollo que en aquel tiempo consideraba «cosa de gringos» ordeñar las vacas y comer legumbres. Con todo, nuestra casa era un palacio y nuestra chacra un vergel, comparadas con las demás mansiones señoriales de Los Sunchos, y nuestras costumbres de familia tenían un sello aristocrático que más de una vez envenenó las malas lenguas del pueblo, que zumbaban como avispas irritadas, aunque á respetable distancia de los oídos de tatita. Esta especie de refinamiento, cada vez más borroso, se explica naturalmente: mi padre pertenecía á una de las familias más viejas del país, una familia patricia radicada en Buenos Aires desde la guerra de la Independencia, vinculada á la alta sociedad y dueña de una respetable fortuna que varias ramas conservan todavía. Menos previsor ó más atrevido que sus parientes, mi padre se arruinó—ignoro cómo y no me importa saberlo,—salió á correr tierras en busca de mejor suerte, y fué á varar en Los Sunchos, llevando hasta allí algunos de sus antiguos hábitos y aficiones.

No se ocupaba más que de la política activa, y de la tramitación de toda clase de asuntos ante las autoridades municipales y provinciales. Intendente y presidente de la Municipalidad, en varias administraciones, había acabado por negarse á ocupar puesto oficial alguno, conservando, sin embargo, meticulosamente, su influencia y su prestigio: desde afuera, manejaba mejor sus negocios, sin dar que hablar, y siempre era él quien decidía en las contiendas electorales, y otras, como supremo caudillo del pueblo. Cuando no se iba á la capital de la provincia, llevado por asuntos propios ó ajenos—en calidad de intermediario,—pasaba el día entero en el café, en la «cancha» de carreras ó de pelota, en el billar ó la sala de juego del Club