del Progreso, ó de visita en casa de alguna comadre. Tenía muchas comadres, y mamá hablaba siempre de ellas con cierto retintín y á veces hasta colérica, cosa extraña en una mujer tan buena, que era la mansedumbre en persona. Tatita solía mostrarse emprendedor. Á él se debe, entre otros grandes adelantos de Los Sunchos, la fundación del Hipódromo que acabó con las canchas derechas y de andarivel, é hizo, también, para las riñas de gallos, un verdadero circo en miniatura. Leía los periódicos de la capital de la provincia, que le llegaban tres veces por semana, y gracias á esto, á su copiosa correspondencia epistolar y á las noticias de los pocos viajeros y de Isabel Contreras, el mayoral de la galera de Los Sunchos, estaba siempre al corriente de lo que sucedía y de lo que iba á suceder, sirviéndole para prever esto último su peculiar olfato y su larga experiencia política, acopiada en años enteros de intrigas y de revueltas. La inmensa utilidad práctica de esta clase de información fué, sin duda, lo que le hizo mandarme á la escuela, no con la mira de hacer de mí un sabio, sino con la plausible intención de proveerme de una herramienta preciosa para después.
Esto ocurrió pasados ya mis nueve años, puede también que los diez. Mi ingreso en la escuela fué como una catástrofe que abriera un paréntesis en mi vida de vagancia y holgazanería, y luego como una tortura, momentánea sí, pero muy dolorosa, tanto más cuanto que, si aprendí á leer, fué gracias á mi santa madre, cuya inagotable paciencia supo aprovechar todos mis fugitivos instantes de docilidad, y cuya bondad tímida y enfermiza, premiaba cada pequeño esfuerzo mío tan espléndidamente como si fuera una acción heroica. Me parece verla todavía, siempre de negro, oprimida en un