Página:Divertidas aventuras del nieto de Juan Moreira (1911).djvu/197

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—Provoca una escisión del partido en la provincia, lo debilita, y lo enerva; no es lo que conviene. En cuanto sepa esto el Presidente, le pondrá remedio, no lo dude, Correa.

—¿Pero cómo?—preguntó Correa, para verme venir.

—Tan fácilmente como lo ha hecho en otras provincias: provocando una revolución, si es preciso. ¿No hemos ido nosotros mismos á?...

—¡Es cierto!—interrumpió.—Ahora, la cuestión es que el Presidente lo sepa.

—Usted puede hacérselo saber por medio de alguno de sus amigos. Si es que ya no está al tanto de todo...

Lo conduje á que me preguntara si «en un caso dado» podía contar conmigo.

—Incondicionalmente... Pero con una condición.

El gobernador Camino me promete hacerme diputado nacional en la próxima renovación del Congreso.

No era verdad, ni Correa lo creyó, pero me prometió solemnemente que «si eso llegaba á depender de él», yo sería diputado nacional.

Y comenzó la intriga que condujo admirablemente, fuerza es confesarlo, haciendo que el Presidente se convenciera del todo de la necesidad de «pasar la mano» al vicegobernador, mediante mil informes más ó menos antojadizos, según los cuales Camino «le ladeaba el caballo», como dicen los paisanos, y estaba pronto á hacerle, en la oportunidad, la más violenta oposición, en vista de que «volviera el otro». ¡Como si eso fuera posible! Pero el Presidente era crédulo, temía á su antecesor como á un fantasma, estaba rodeado de cortesanos venales, y creía preciso quebrantar no sólo á todos sus enemigos, sino también á cuantos pudieran llegar á serlo. Tenía la locura de la unanimidad, á lo Napoleón III, con quien se le comparaba.