Página:Divertidas aventuras del nieto de Juan Moreira (1911).djvu/198

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Comenzó, pues, con gran sorpresa de Camino, que hasta entonces no temía las represalias, á demostrarle cierto encono, retardándole los arreglos financieros que pedía, insinuando que el Banco Nacional restringiese los descuentos á sus amigos personales, y á hacerle directa ó indirectamente otras muchas manifestaciones de que había perdido la gracia presidencial y no estaba ya en predicamento.

Como estos indicios no pasaban inadvertidos para nadie, muchos se le fueron alejando, como se habían alejado de mí al verme romper la primera lanza con el Gobernador, y comenzaron á rodearme, como si yo fuera el árbitro de la situación. Don Casiano Correa, que ya tenía, también, su corte, no cabía en sí de gozo y no veía la hora de posesionarse del mando.

Camino, en tal atolladero, no encontró hombre con quien substituirme. Sólo los muy desconceptuados, los inútiles, hubieran aceptado un puesto en que quizá no duraran un par de meses, olfateada ya la voluntad presidencial.

No hubo más que un hombre de valía que hubiera aceptado el puesto, bajo ciertas condiciones:

Pedro Vázquez. Lo oí mucho después, de sus propios labios. El Gobernador le ofreció la jefatura.

—Yo la aceptaría si usted me nombrara, pero no me nombrará—le dijo Vázquez.

—¡Vaya si lo nombraré! ¿Quién lo impide? Estoy harto de Gómez Herrera, que me hace mal tercio con el Presidente, lo mismo que el vicegobernador.

—Entonces, puede nombrarme, si me autoriza:

Primero, á licenciar el Guardia de Cárceles, que es inconstitucional é innecesario...

—¡Usted está loco!...—exclamó Camino.—¡Licenciar el Guardia de Cárceles! Sería lo mismo pedirme la renuncia.