La vida tiene ironías inesperadas, que resultarían cómicas, si uno pudiese considerarlas desde afuera, con ánimo sereno. La escena con Blanco era más que una ironía, un sarcasmo.
Iba á decirme que, como mi asiduidad en su casa se prolongaba demasiado y comprometía á su hija, era necesario que explicara mis intenciones, pidiera la mano de la niña ó me retirara, como cuadra á un caballero. Todo el mundo me consideraba novio de María, y algunos pretendientes serios se habían retirado, al verme en tal pie de intimidad. Él no tenía prisa en casar á María ¡muy al contrario! pero deseaba aclarar la situación y no verla en una posición anómala sin que ni él ni ella tuvieran la menor culpa.
Le dejé hablar con su calma sentenciosa de siempre, sabiendo que no le agradaba ser interrumpido.
Puntualizó su discurso con esa minuciosidad provinciana y ese acento oratorio que es todavía atributo de algunos viejos chapados á la antigua y olvidados por la muerte.
Cuando con una larga pausa y una mirada invitadora señaló que había terminado, repliqué, muy grave:
—Todo eso está muy bien, don Evaristo, tan bien que no vacilaría en pedirle ahora mismo la mano de María, considerándome muy honrado en obtenerla, pero... Pero es el caso que no puedo hacerlo, por ahora.
—¡Cómo así! ¿Por qué?—preguntó sobresaltado.
—Porque ella misma me lo impide. Le he pedido que nos casemos inmediatamente, sin pérdida de tiempo, pero á todas mis súplicas contesta que resolverá dentro de un año. Sin quitarme las esperanzas, no me las quiere confirmar tampoco...