de rabia por la irónica comunicación, y ardiendo en deseos de asistir al coloquio revelador que iban á tener padre é hija. En la imposibilidad de escucharlo, traté de encontrarme al día siguiente con Blanco, lo que no era muy difícil, pues todas las tardes salía á caminar.
Á mis preguntas, contestó evasivamente, con aparente franqueza:
—Dice que los dos son muy jóvenes todavía.
Que tienen tiempo de casarse. Que quiere conocerlo más, para no lamentar después una equivocación...
Hoy me alegro infinito de estas reticencias y dudas de María. La mujer debe entregarse sin condiciones al marido, y no someterlo eternamente á la crítica, porque de otro modo ni él ni ella podrán nunca ser felices. Este debía ser el fondo del pensamiento de Vázquez, al decir que no quería conquistar á una mujer «convenciéndola», sino «enamorándola». Pero entonces, mis sentimientos llegaron á exagerar todos sus caracteres apasionados ya, y me pareció imposible vivir sin María, no vencer ese primer obstáculo opuesto á la realización de mi voluntad, hasta entonces siempre vencedora.
Ajustándome, pues, á los deseos manifestados por don Evaristo, y siguiendo una táctica que aún me parecía eficaz, pese á su fracaso anterior, no fuí á ver á María, sino el día antes de marcharme á Buenos Aires. Estuve pocos minutos y me despedí, diciendo:
—Espero que á mi vuelta de la capital habrá variado de idea; mi vida está devorada por la impaciencia y resulta intolerable.
—¿Por qué impacientarse, Herrera, deseando iniciar una cosa que, si empezara, tendría luego que durar toda la vida? Es usted muy arrebatado.
—Y usted demasiado indiferente. Adiós, María.