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esperar á que el Comité me proclamase. ¡Me reía yo de todos los comités, de todos los gobernadores de provincia, de todos los candidatos de sí mismos! Pasé en Buenos Aires una semana encantadora, corriendo de un teatro á una tertulia, de una visita á un paseo, de un club á alguna libre y amena reunión femenina, derrochando el dinero como sólo se ha derrochado en aquella época delirante y magnífica, que la mala suerte vino á interrumpir, pero que pudo ser, sin la intervención de la fatalidad, el comienzo de una era grandiosa que pareció reiniciarse diez ó quince años después. Un entorpecimiento, una momentánea escasez de dinero provocada por varias malas cosechas, hizo poco más tarde que todo el edificio, cimentado en el crédito, pero que se hubiera consolidado echando profundas raíces, se viniera abajo de la noche á la mañana, y pusiera en grave peligro la misma estabilidad de nuestro partido, es decir, del único que tiene suficientes fuerzas para gobernar el país, experiencia profunda y clara comprensión de cómo deben dirigirse sus progresos. ¡Lamentable aventura, que me hizo pasar las horas más amargas de mi vida! Pero aún estábamos lejos de tan penosa situación, y Buenos Aires se divertía bulliciosamente, á despecho de la prédica incendiaria de algunos periódicos, y al amparo de una policía fuerte y admirablemente organizada, cuya severidad era motivo de odio para el populacho que la oposición trataba de anarquizar.

Cuando volví á mi provincia, había gastado lo que allí me bastaría para vivir con rumbo seis meses, por lo menos. Poco me importaba.

Mis terrenos y casas nuevas de Los Sunchos, sin darme sino muy escasa renta, se valorizaban día á día, y no tardarían en constituirme