Página:Divertidas aventuras del nieto de Juan Moreira (1911).djvu/252

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tiempo estaba ocupadísimo, pues ya había comenzado la agitación política con sus asambleas de comités, sus almuerzos campestres, sus asados con cuero, sus manifestaciones callejeras, sus mítines en el teatro ó en las canchas de pelota, su serie interminable de fiestas y reuniones, en que tuve que pronunciar casi tantos discursos como un candidato yanqui á la Presidencia.

Pero, con un arsenal de lugares comunes que me había formado, salía airoso, barajando unas veces de una manera y otras de otra, los: sanos principios de política, el sistema republicano de gobierno, la unidad y la integridad nacional, el partido dirigente por excelencia, la hidra siempre amenazadora de la anarquía, la representación genuina de las provincias, el Presidente de la República, garantía de paz, de prosperidad y de progreso, la vil canalla de la oposición, la traílla de perros rabiosos de su prensa, la baba venenosa de la calumnia, los altos intereses del Estado, que defendería hasta el sacrificio, la era de las instituciones...

y mil otras frases más ó menos huérfanas de pensamiento, que el público me escuchaba con tamaña boca abierta, y me aplaudía á rabiar, porque con esa intención ó esa consigna había acudido á oirme.

Pero tanto fué el tolle que armó la prensa local y la bonaerense sobre mi presencia inmoral y tiránica al frente de la policía, siendo candidato, tanto se protestó contra este escándalo electoral, que Correa estuvo á punto de ceder y quitarme el mejor escalón para llegar al Congreso.

¡No en mis días! Las circunstancias me ayudaron otra vez.

Volvían á correr rumores de revolución. En nuestra tierra siempre han corrido rumores de revolución, sobre todo entonces, y desde tiempo inmemorial. Podía aplicarse al país lo de que