Página:Divertidas aventuras del nieto de Juan Moreira (1911).djvu/295

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de próceres, que el advenedizo había comprado á fuerza de dinero para darse cierto barniz «ladrillezco» de aristocracia.

Había en el salón unas diez personas de clase muy mezclada: dos jóvenes «conocidos»—Ferrando y otro,—un político secundario, muy mercachifle, con ínfulas de influyente; el banquero Coen, con su mujer, rubia, miope y tierna, figulina de Sajonia medio resquebrajada ya pero siempre de colores chillones y como infantiles, que me hacía una corte asidua é incondicional; una señorita extranjera, con aires de «demoiselle de compagnie» en reemplazo de su señora; un sabio europeo venido á estudiar no sé qué epizootia y á llevarse no sé cuántos pesos; el dueño de casa, don Estanislao Rozsahegy, su esposa Irma, con su idioma tan semejante al alemán como al castellano, y la linda Eulalia, que reunía en torno suyo á los dos elegantes, la muñequita de porcelana barnizada y la «demoiselle de compagnie», mientras que el gran Rozsahegy acaparaba al político, al banquero y á la germano-criolla, es decir la parte seria de la sociedad.

—¡Por fin sale usted del bosque!—exclamó Eulalia con la libertad de ideas de las niñas «de sociedad», acudiendo presurosa á recibirme, con gran disgusto de los dos gomosos.

—¿Del bosque, Eulalia, en pleno Buenos Aires?

—¿No dicen que los osos, insociables, viven en los bosques? Y usted es un poquito oso, ¿no es verdad? ¡Vaya! Deje á los viejos que hablan de negocios y especulaciones sin ocuparse de los muchachos, y véngase con nosotros...

La alusión á la señora de la Selva había sido clara, pero ni me di por entendido, ni ella insistió, por buen gusto innato, aunque criada en