Página:Divertidas aventuras del nieto de Juan Moreira (1911).djvu/302

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como instrumentos. Yo, por mi parte, no me anduve por las ramas.

—Usted es todo un hombre—comencé,—y no le gustan los rodeos.

—Está claro. Al vino, vino. Es lo mecor.

—Y cuando yo resuelvo algo, necesito realizarlo inmediatamente.

—Yo también. Es lo mecor.

—Todos los hombres de acción somos así...

Ahora, lo que me trae, don Estanislao, no puede ser más sencillo: Quiero á Eulalia, ella me quiere, y vengo á pedirle su mano... Me parece...

—¡Eh!—exclamó, interrumpiéndome.

Abrió enormemente los ojos; un deslumbramiento pasó por ellos... Lo había soñado, lo había pensado, lo esperaba, pero aún le parecía imposible. Me echó las enormes y velludas manos sobre los hombros, me atrajo hacia sí como si intentara besarme en la boca, y tartamudeó, olvidado del castellano por la emoción:

—Donner! Donner! ¡Qué bueno! Yo á mi mujier diciendo... ¡Irma! ¡Irma!... ¡Kommen Sie! Se había asomado á la puerta que da al vestíbulo, y gritaba. La voz de la dama que acudía corriendo, contestó desde el salón:

—Was ist d'los? No había acabado de entrar en el bufete, cuando ya don Estanislao casi la alzaba en sus cortos y forzudos brazos, gritando:

—¡Todo hecho! Herera quiere casar con Eulalia.

—¿Y «echa» qui dice?—murmuró la pobre mujer, como alelada.

—Hay que preguntárselo, señora—dije, sonriendo, á pesar de la gravedad interna de la situación.

Y nuevos gritos: