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á sus amigos más íntimos, para comunicarles á los postres nuestro próximo casamiento.

La comida se celebraría dos días después.

—Dentro de dos días, sin falta, don Estanislao—observé.—Tengo que ir á mi provincia lo más pronto posible.

Dos días después, los salones de Rozsahegy se hallaban llenos de gente. Á las ocho en punto, un lacayo abrió de par en par las puertas del comedor, donde estaba la mesa tendida, con gran lujo de flores, de cristales y de vajilla de plata. Entramos, dando el brazo á nuestras parejas. La mía, en la circunstancia, era, naturalmente, Irma. Sólo Rozsahegy se quedó atrás, como haciéndonos la guardia, y fuímos desfilando ante sus ojos relampagueantes de orgullo, que parecían decirnos:

—Miren ustedes cómo se hacen las cosas, y digan después que soy un patán enriquecido...

Sí, yo, el antiguo peón, el «changador» miserable, soy ahora un gran señor con mucho estilo, y esos muebles principescos, y ese mantel con encajes, y esa vajilla de plata—de plata legítima y maciza,—y esas orquídeas maravillosas, y esos cristales tallados, que parecen diamantes, y esas porcelanas que son como pétalos de flores, y esos frascos tallados en que los licores y los vinos brillan como piedras preciosas, como una cascada de piedras preciosas que se derramara sobre el mantel, tan deslumbradoramente blanco... todo eso y mucho más es mío... Y mucho más; porque, si mi mano, un poco torpe aún, volcara sobre la mesa el Oporto de cincuenta años, como antes el chacolí ó el espeso vino negro griego de las tabernas, llamaría á mis lacayos y haría cambiar en un momento la decoración, con más encajes, y más plata, y más cristales, y más porcelanas, y flores más hermosas, y todavía podría exclamar