En suma, se hacen pagar dos veces... ó una vez y media.
Esto, con los demás antecedentes, me hizo abrir del todo los ojos y preparar lo que podría llamarse «mi coartada».
Aquellos pobres «escribidores» que á veces no tenían siquiera ropa que mudarse, eran al fin y al cabo una fuerza, y más del lado de la oposición que de la del Poder, porque cuando escribían no eran «ellos», sino la entidad que estaba detrás. De esto no se han dado cuenta nunca, y aún reclaman una individualidad refleja que jamás tuvieron realmente. Yo no lo dije, entonces, y si lo digo ahora, es porque ya no puede perjudicarme mi franqueza. Resolví, pues, servirme de aquella arma.
En el Congreso, en los teatros, en algún Club, me encontraba con repórteres y redactores de la oposición. Les hablé de lo que escribían, cuidando de objetarlo, sin lastimarlos, y facilitándoles la réplica victoriosa. No me fué difícil conquistar su buena voluntad, porque, aparte de adularlos, solía insinuarles alguna idea y darles algunos informes. Uno ó dos llegaron hasta aceptar mi invitación á comer, y convinieron conmigo en que, si el Gobierno les nombraba alguna cosa, no haría más que rendirles justicia. Otros se acercaron luego á casa, atraídos por mí y por sus colegas, y lo pasaron tanto mejor cuanto que Eulalia tenía el don de gentes, é, ignorando mis propósitos y mi política, los creía hombres de gran valer, literatos eximios, y los trataba con respetuosa deferencia.
He aquí por qué los diarios de la época no tienen una palabra contra mí—salvo una dolorosa excepción, algo más tarde,—aunque en aquel entonces no quedara títere con cabeza.
Éstos y otros me pedían mil cosas. Nunca