Página:Divertidas aventuras del nieto de Juan Moreira (1911).djvu/336

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dije no. Puse aparentemente mi influencia al servicio de todos, sin ocuparme de nadie, y cuando alguno de mis «protegidos» obtenía por otro conducto lo que deseaba, nunca dejé de encontrar quien le dijera que lo había alcanzado gracias á mí.

Entretanto, la situación se metía en agua.

Una noche que me hallaba en la tertulia del Presidente, alguien le habló aparte con decisión.

Ambos gesticulaban, acalorados. Se separaron con visible enojo. Yo estaba cerca del Presidente que, irritado todavía, me golpeó el hombro, y me dijo, reconcentrando su rabia:

—El que venga después, hará lo mismo que yo, ó el país volverá á la anarquía. La oposición es heterogénea, y de ella no puede salir un partido de Gobierno. ¿No te parece?

—¡Sí, Excelencia!—dije, y pensé:—Ó este hombre ve mucho ó no ve absolutamente nada y se va á estrellar...


X

Pocos días después marchóse á Europa uno de los hombres más importantes del país, el último vástago de nuestra raza heroica, como hubiera podido decir yo mismo en un discurso.

Era un militar, un sociólogo, un literato, un sabio, que había optado por ser un patriarca.

El pueblo bonaerense lo adoraba, el de las provincias lo respetaba, considerándolo, sin embargo, enemigo, por fuerza de inercia, por espíritu tradicional. Á mi juicio, era una especie de Cincinato, ilustrado y romántico, un hombre que había tomado en serio los idealismos de 1830. Conservo viviente la impresión de nuestro único coloquio, en una visita de consulta que le hice. El grande hombre me escuchaba