Página:Divertidas aventuras del nieto de Juan Moreira (1911).djvu/343

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algunos consideran atontada, casi idiota, aunque otros la crean excesiva benevolencia, total perdón... Por fin, no pudo salir, y guardó cama, siempre sonriente y en silencio, hasta que una tarde, echando las enjutas piernas fuera, y sentada en la orilla, dijo:

—Quiero vestirme. Voy al cementerio.

Pero, incapaz de sostenerse, cayó hacia un lado; murmuró: «Fernando», y se quedó dormida para siempre.

«Fernando» dijo y no «Mauricio»; entre las dos indiferencias olvidaba mejor la del esposo, que nunca parece tan total como la de los hijos, porque nunca se le ha dado tanto... Pero, ¿quién me asegura que no nos confundiera á ambos en un solo nombre, no pronunciado para los demás sino para ella misma?... ¡Pobre mamita!; la lloré de veras, no acertando, sin embargo, á darle determinados relieves, como si sólo fuera una sombra vaga que hubiese fluctuado sin rumor en el fondo de mi vida. Y su recuerdo es, hoy mismo, borroso y tierno, sin que provoque ni grandes alegrías ni grandes penas. ¡Pobre mamita!... Cuando la evoco, no tengo más que una sensación de penumbra y de silencio, de renunciamiento á la vida. Mi padre, don Fernando Gómez Herrera la modeló así, y yo, su hijo, no hice sino continuar su obra. No había ni siquiera asistido á mi casamiento; yo no le escribía desde años atrás, pero estoy seguro de que siempre estuvo ocupada de mí, y al recordarla ahora, siento que he hecho un mal negocio, ¡y que las caricias locas con que pudo regalarme, no serán renovadas por nadie en el mundo!... Y tanto me conmovió la evocación de su gran figura resignada, que pensé en edificar en Los Sunchos un sepulcro de familia, donde yo dormiría también, llegada mi hora. «Esto consolará á la pobre viejita», me