que no es sino la jactancia del ente que se cree superior, y se ensoberbece tanto más cuanto más grandes son las personas á quienes pueda ó trate de humillar.
«Así, por ejemplo...» Y seguía una larga serie de anécdotas, casi todas falsas—entre ellas el «envenenamiento» de Camino,—pero tras de cuyas líneas se transparentaba claramente mi persona, para terminar diciendo:
«El que esto escribe, no quiere mal al nieto de Juan Moreira, ni á don Mauricio Gómez Herrera, ni á...
¡tantos otros! ¿para qué citar nombres? Pero cree que es sonada la hora de acabar con el gauchismo y el compadraje, de no rendir culto á esos fantasmas del pasado, de respetar la cultura en sus mejores formas, y de preferir el mérito modesto al exitismo á todo trance. Quizá se le crea exagerado, pero por el estudio que hará detenidamente de esta personalidad y de otras análogas, en sucesivos artículos, se verá que tiene razón de reclamar, en nombre de la juventud, contra estos crímenes de lesa patria.
«¡Que el nieto de Juan Moreira nos represente en Europa! ¿Por qué no hacer, entonces, que nos gobierne Facundo, que era lo mismo que él?» Y firmaba: «Mauricio Rivas.» Que el artículo era contra mí, resultaba evidente de la línea aquella: «el autor no quiere mal ni al nieto de Juan Moreira, ni á don Mauricio Gómez Herrera...» El asunto me preocupó hondamente todo el día, pero no quise interrogar á de la Espada, aunque lo viera salir á la calle y volver varias