Página:Divertidas aventuras del nieto de Juan Moreira (1911).djvu/63

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página ha sido corregida
— 55 —

ciudad y yo. Ningún presentimiento profético me entreabrió el porvenir; todas mis ideas iban directamente hacia el pasado. Volví á experimentar, más aguda, la sensación de hambre, pero aquella congoja del estómago, más que física, parecía producida por el miedo, por una espectativa temerosa, como cuando, muy niño aún, los cuentos de la costurera jorobada me sugerían la presencia virtual de algún espíritu maléfico ó la aproximación de algún peligro desconocido. ¡Me sentí tan pequeño, tan débil, tan incapaz hasta de defenderme!... El mismo exceso de esta sensación hizo que la sacudiese, levantándome de pronto y corriendo hacia el Café de la Paz.

Cuando entré, las luces de petróleo, el rumor de las conversaciones, el chas-chas de las bolas en el inmenso billar, la presencia de mi padre y sus amigos me devolvieron la calma. Como todavía recuerdo el aspecto del cielo y de las cosas en aquella tarde memorable, creo que me había perturbado—ayudándola el cansancio y el trasplante,—la intensa melancolía del crepúsculo.

VIII

En casa de Zapata nos aguardaba hacía rato la cena, gargantuesca como toda comida de gala en provincia.

Alrededor de la mesa de mantel largo, muy blanca pero con tosca vajilla de loza y gruesos vasos de vidrio, además de don Claudio, misia Gertrudis, mi padre y yo, sentáronse varios convidados de importancia: don Néstor Orozco, rector del Colegio Nacional, don Quintiliano Paz, diputado al Congreso, el doctor Juan Argüello, abogado y senador provincial, don