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de extraños que me impulsaba necesariamente á la rebelión... Todo esto salvo su mejor parecer...

Ni la sintaxis era clara ni la analogía exacta, pero el fondo resultó así. Además, las cartas de los hijos, por vulgares que sean, resultan para los padres una revelación y un encanto, si no están corroídos por el cáncer de la crítica.

Y notable efecto produjo la mía en tatita. Inmediatamente escribió á los Zapata, diciéndoles que «por razones de salud» yo no volvería á la ciudad, que me perdonaran si «acaso» les había faltado en algo, y que me enviaran la ropa y los libros... Pero antes me había arrancado la promesa de estudiar seriamente en casa para presentarme á fin de año como «libre» en los exámenes.

—Tienes los programas, los libros, y con lo que has aprendido ya, podrás pasar fácilmente.

Si pasas, el año que viene te mandaré á la ciudad en otras condiciones, sin tutores que te majaderéen, «como un hombre». Pero para eso hay que prometerme que te portarás bien.

—¡Sí, tatita! «¡como un hombre!»—juré, pensando para mis adentros que los hombres suelen no portarse bien.

Llegada la época de los exámenes fuí á alojarme en la casa de huéspedes de la viuda de Calleja, donde vivían varios estudiantes del campo y de otras provincias. Era el prototipo de esas posadas vergonzantes, sin respetabilidad y al propio tiempo sin descaro, en que se explota un nombre de familia á veces venerable, por mercantilismo ó por necesidad—á falta de otro medio de subsistencia,—y que abundan en provincia. No la describiré, pero no olvidaré nunca, tampoco, aquellos manteles inmundos y aquel infernal desorden, en que la patrona, las chinitas, los huéspedes y los visitantes