Página:Divertidas aventuras del nieto de Juan Moreira (1911).djvu/89

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nos burlábamos como á porfía de las reglas más elementales del buen vivir. ¡Qué casa de Tócame-Roque ni qué Auberge du Libre Échange! Para divertirse, allí, en la respetable pensión de la distinguida viuda del señor Calleja, sobrina de un obispo y tía de un diputado.

Si yo no hubiera tenido Los Sunchos, me quedo en aquella Capua sórdida si se quiere, pero, en cambio, tan libre, precisamente lo que más había envidiado desde casa de Zapata...

¡Viva la libertad! y pasemos á otra cosa.

¿Á qué decir que me dejaron suspenso en varias materias—creo que cuatro de seis—y que en otras pasé por suerte ó por benevolencia de la mesa examinadora? ¿Para qué contar que el latinista don Prilidiano Méndez, después de otras preguntas, me invitó con alevosía y ensañamiento á que declinara el «quis vel qui», del que yo sólo sabía la aleluya de «todos los burros se quedan aquí»? Todo aquello no me importaba un ardite. Intuitivamente comprendía que ni en colegios ni en facultades se aprende nada, y hoy mismo, si quisiera ser completamente franco... En fin, no lo diré, pero es el caso que en nuestro país, los hombres realmente superiores se han ilustrado casi siempre solos, han sido autodidactas, «self made men», mientras que los rutinarios, los mediocres, han tenido casi siempre un diploma universitario como un pasaporte de complacencia...

Para desquitarme de los malos ratos que me había procurado el examen, ocurrióseme darle uno á misia Gertrudis, antes de volver á la aldea.

No tenía que quebrarme mucho la cabeza para inventar una buena broma: abrigaba la seguridad de que mi presencia bastaría para darle un soponcio, y con algunos requiebros como «¡Bicho feo! ¡Vieja mamarracho!» ú otros, estaba seguro de mi venganza, pues rabiaría quince