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Julia cuando hubiese consentido en otorgarle su mano.

Al cabo de algunos meses de matrimonio, todas las bellas cualidades de Chaverny habían perdido mucho de su mérito. No bailaba ya con su mujer; no hay que decirlo. Sus historietas alegres, las había referido todas tres o cuatro veces. Ahora decía que los bailes se prolongahan demasic.do. Bostezaba en el teatro y consideraba una molestia insoportable el uso de ponerse de etiqueta por la noche. Su defecto capital era la pereza; si hubiesé procurado agradar, acaso lo hubiera pcdido conseguir; pero todo esfuerzo le parecía insoportable; condición común a casi todas las gentes gordas. La sociedad le aburría, porque en ella sólo le reciben a uno bien en la medida de los esfuerzos que se hacen por agradar. La alegría burda le parecía muy preferible a distracciones más delicadas; pues para distinguirse entre las personas de su gusto, sólo necesitaba gritar más fuerte que los otros, cosa no difícil para él, con pulmones tan vigorosos como los suyos. Además, se vanagloriaba de beber más vino de Champaña que un hombre ordinario, y hacía perfectamente saltar a su caballo una valla de cuatro pies. Gozaba, por consiguiente, de una estimación legítimamente adquirida, entre esos seres difíciles de definir a quienes se llama los jóvenes, que abundan en nuestros bulevares hacia las cinco de la tarde. Partidas de caza, jiras campestres, carreras, comidas o cenas de solteros, eran buscadas