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María—dijo Julia—, el cuerpo de mi traje azul es demasiado largo. He visto hoy a la señora de Begy, que tiene siempre muy buen gusto; el cuerpo de su traje era seguramente dos dedos bien cumplidos más corto. Mire; haga en seguida un pliegue con alfileres para ver qué efecto hace.

Entonces se entabló entre la doncella y la señora un diálogo de los más interesantes sobre las dimensiones precisas que debe tener un cuerpo.

Julia sabía perfectamente que Chaverny nada odiaba tanto como oír hablar de modas y que iba a ponerlo en fuga. Y en efecto, después de cinco minutos de idas y venidas, Chaverny, viendo que Julia seguía absorta en su discusión, bostezó de un modo formidable, recogió su palmatoria y se marchó, esta vez para no volver.

III

El comandante Perrin se hallaba sentado delante de una mesita y leía con atención. Su levita, perfectamente cepillada, su gorro de cuartel, y sobre todo la rigidez inflexible de su pecho, anunciaban a un viejo militar. Todo estaba limpio en su cuarto, pero era de la mayor sencillez. Un tintero y dos plumas, ya cortadas, se hallaban sobre la mesa, al lado de un cuaderno de papel de cartas, del cual no había utilizado una hoja desde hacía un año, por lo menos. Si el comandante Perrin no escribía, en cambio leía mucho. Estaba leyendo las "Cartas Persas" y fu-